sábado, 11 de septiembre de 2021

Un Borges para Milo

 


Milo, mi hijo, tiene 4 años y la semana pasada estuvo llorando antes de entrar al colegio. Al principio, en la puerta, yo intentaba hablarle y persuadirlo, convencerlo de que era un buen lugar, que se iba a divertir, que iba a jugar, a cantar, a bailar. Pero terminaba dejándolo llorando a upa de su maestra. Lo que me hacía notar, que siente todavía un dolor latente en su despegue.

Pero la última vez que pasó, decidí que volviéramos al auto, sentarme atrás con él. Quería preguntarle y escucharlo, en ese momento, en un lugar más tranquilo, que sentía.


El diálogo fue así:


—¿Por qué no querés quedarte en el colegio?—

“No me gusta el cole, yo no amo al cole. Yo no amo a mis amigos”


—¿Te duele ir al colegio?—

“Si, me duele”


—¿Y dónde te duele?—

“En el cuerpo”


—¿En qué parte del cuerpo te duele el colegio?—

“Me duele el colegio en todo el cuerpo”


Lo abrace y le dije que tiene que ser valiente, que cuando algo duele, hay que afrontarlo y que de esa manera el dolor se va. Que dependía de él. Que si bien, yo lo podía cuidar y ayudar,  si él no era valiente iba a seguir sintiendo ese dolor. Inmediatamente recordé el poema de JLB, “El amenazado”. Lo busqué en el celular y se lo leí. Me escuchó atento:


“Es el amor. Tendré que cultarme o que huir. 
Crecen los muros de su cárcel, como en un sueño atroz. 
La hermosa máscara ha cambiado, pero como siempre es la única. 
¿De qué me servirán mis talismanes: el ejercicio de las letras, la vaga erudición, el aprendizaje de las palabras que usó el áspero Norte para cantar sus mares y sus espadas, la serena amistad, las galerías de la biblioteca, las cosas comunes, los hábitos, el joven amor de mi madre, la sombra militar de mis muertos, la noche intemporal, el sabor del sueño? 
Estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo. 
Ya el cántaro se quiebra sobre la fuente, ya el hombre se levanta a la voz del ave, ya se han oscurecido los que miran por las ventanas, pero la sombra no ha traído la paz. 
Es, ya lo sé, el amor: la ansiedad y el alivio de oír tu voz, la espera y la memoria, el horror de vivir en lo sucesivo. 
Es el amor con sus mitologías, con sus pequeñas magias inútiles. 
Hay una esquina por la que no me atrevo a pasar. 
Ya los ejércitos me cercan, las hordas. 
(Esta habitación es irreal; ella no la ha visto.) 
El nombre de una mujer me delata. 
Me duele una mujer en todo el cuerpo”.


Realmente no se que le quedó, pero noté que se quedó pensando. Volvimos a la puerta y entró valientemente.

Cuando lo fui a buscar, a la salida, no se quería ir. Y volviendo a casa, esta vez, mientras lloraba, me dijo:

“Extraño mucho a mis amigos, quiero volver al cole”.


“Me duele una mujer en todo el cuerpo” dijo Borges.

“Me duele el colegio en todo el cuerpo” parafraseo Milo sin haberlo escuchado nunca.


Creo que hoy Milo entendió que el amor, a veces, también duele en el cuerpo.


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