Milo fue mi segundo hijo, y con Belén, la madre, siempre debatíamos la idea, sobre que nos gustaba transitar la experiencia de un parto natural, porque con Vera, la primera, había sido una cesárea, en donde todo fue demasiado ordenado, prolijo y previsible. No niego que, para unos padres primerizos, con más dudas que certezas, la intervención de una cesárea, encaja perfecto. Una situación caótica, se ordena. Pero en aquel momento jamás se me hubiera cruzado por la cabeza que, con un futuro segundo hijo, todo se iba a suceder de manera diametralmente opuesta. Porque para el momento del parto, si bien Milo ya tenía su nombre elegido, ni por asomo sospechaba, que eso, era lo único que iba a ser previsible con él.
Solo se pudo prever el nombre y el resto fue sorpresa y desconcierto.
A medida que transcurrían las semanas de embarazo, el obstetra, que era muy conservador con la idea y la posibilidad de que Milo naciera por parto natural, un poco creo por comodidad o por previsión médica y otro poco porque según él, “el segmento de la sección de la cicatriz del útero, de la cesárea anterior, debía ser inferior a los 3mm y no se debía correr el riesgo de un desgarro, en el trabajo de parto”. Es decir, que si ya tuviste cesárea, te toca otra vez cesárea, porque todo esto generaba miedo, obviamente. Nadie quiere someter un parto a un desgarro uterino. Y entonces, uno confía en la medicina clásica, en la institución médica y en los profesionales que la conforman.
Sin embargo no nos resignábamos a que eso fuera así.
Tres ecografías del útero, en clínicas distintas, con ecoógrafos de diferentes marcas y técnicos diferentes, pedimos hacer para analizar la situación. Y todos los resultados decían lo mismo: Segmento ancho -al límite- con probabilidad de desgarro.
La medicina nos decía que, por sus estadísticas, no habría posibilidad de transitar la experiencia de un parto natural, pues era riesgoso. Todos sabemos que la medicina, cómo toda ciencia, es estadística.
Pero, ¿Qué pasa cuando uno está del otro lado de esa mayor probabilidad?. ¿Qué pasa cuando uno es parte de la menor probabilidad?. La medicina no responde estas preguntas, porque trabaja, con lógica, para la mayoría probable. Todo el sistema se basa en actuar en base a la probabilidad del riesgo.
Pero la vida, en ocasiones, no es estadística. Es una ruleta que cuando quiere, te da un golpe, que te deja nockout y no sabes que hacer con eso. Porque te armaste y te aseguraste que todo iba a ser de una manera y de repente estas afuera de los números.
Y eso también es probable.
Dos días después de la fecha probable de parto (FPP), se programó la cesárea, ¿porque dos dias después? Porque la fecha probable de parto caía 27 de agosto (domingo) y el obstetra ese día, nos dijo, que tenía su día de campo, con sus caballos y su familia.
“Programemos para el miércoles, que tengo quirófano libre”.
El día anterior a la FPP, yo estaba trabajando en la obra y Belén me escribe que perdió el tapón mucoso, que sella el cuello del útero. Tal como nos indicaron no era síntoma de preocupación, y había que esperar a la cesárea. La vida siguió normal un día más.
El domingo, el día de la FPP, Belén, arrancó con contracciones a primera hora. Si bien era un segundo hijo, jamás se había atravesado la experiencia de una contracción. Y es por eso que habíamos decidido hacer tres cursos de preparto para no dejar nada al azar. Reconocer los dolores, los lugares, los tiempos, etc.
Todavía recuerdo a la partera en el curso decir:
“Mamis, no se preocupen desde que empiezan con contracciones o rompen bolsa, con calma, nos llaman y con tiempo relajados, vamos coordinando. No se vuelvan locos, los bebés no nacen en los autos”
Todo fue hecho tal cual y al pie de la letra, como los médicos lo pedían. Aunque eso signifique que nuestras voluntades, queden de lado.
Cronología:
*4 de la mañana, Belén empieza con contracciones aisladas.
*5 de la mañana, empiezan las contracciones repetitivas.
*6 de la mañana, telefónicamente la partera, nos dijo que la mamá se recueste y esperemos a que encontrara quirófano libre. Belén se recostó y le hice unos masajes en los pies. Inmediatamente rompió Bolsa.
*7 de la mañana, la partera nos pidió que vayamos preparando todo para ir a la clínica, pues ya se estaba en trabajo de parto. Con contracciones continuas .
*7:30 de la mañana llegó mi hermana para estar con Vera, y poder ir a la clínica a hacer una cesárea no programada de urgencia. Los gritos de dolor de Belén, eran inevitables e incontrolables y la naturaleza estaba haciendo su trabajo.
Todo movimiento posible para salir a la calle, había que hacerlo entre el minuto que daba la tranquilidad de no estar en contracción.
Vera, lloraba en mi habitación, por los gritos de Belén, y mientras venía el ascensor para poder subir a Belén al auto, y llegar a la clínica, la fui a abrazar y a decirle que todo estaba bien, que iba a nacer su hermano, pero siguió llorando. En ese momento entendí que la palabra no siempre calma.
A partir de ahí, todo se sucedió fuera de las estadísticas:
Los nacimiento los domingos son del 12,15%. Los nacimiento en la fecha probable de parto son del 4%. El parto expulsivo y la duración corta del trabajo de parto, también son poco frecuentes.
El viaje desde mi casa, en Chacarita, hacia la clínica, en Recoleta, lo hice en 10 minutos, cruzando semáforos en rojo a toda velocidad. Casi llegando, en Cordoba y Larrea, mientras manejaba entre gritos, veo la cabeza de Milo entre las piernas de Belén. Mi instinto fue acariciar su cabecita. Veo sangre por todos lados. De un último grito aturdidor en lo que fue una última contracción, Milo salió eyectado, junto a todo el líquido amniótico. Lo envuelvo en una toalla que había llevado y solo pude decir “esto es hermoso”. Miré la hora. 8:09 de la mañana, mi hijo había nacido. Un llanto de bebé, me calmo. Estaba vivo y presencie un parto en las antípodas de lo esperable, nada higiénico, nada séptico, con la toalla del baño y mis manos llenas de sangre.
Al llegar a la guardia, baje corriendo a buscar un médico, mientras el terror se apoderaba de Belén, jamás la había visto tan indefensa, con tanto temor. Un cordón blanco todavía unía a Milo con su mamá, que tenía aún, la placenta adentro. Nuestra única preocupación era saber si Milo estaba bien, si estaba vivo.
—Código rojo— escuché y una alarma sonó.
Me cayó ahí la gravedad del asunto. Pero ya nada podía hacer. Yo solo pude transmitirle a Belén tranquilidad en un momento de vulnerabilidad y manejar el auto, para llegar a que un médico asista el parto.
Afortunadamente todo salió bien. Dentro de todo, Milo nació perfecto, sin asistencia médica, y no existió el tan temible desgarro uterino. Lo único seguro fue que nada sucedió dentro de las estadísticas esperables.
Sin dudas, esta fue la experiencia que más al límite me puso, a la hora de tomar decisiones. Uno puede planificar su vida, pero un día la realidad te avasalla y te demuestra que todo es incierto.
Elegir ser padre es una decisión que te enfrenta a lo más extremo, incluso, en ocasiones cómo esta, a bordear la locura y atravesar situaciones inesperadas en cualquier momento, porque uno deja de ser uno, para pasar a convertirse en un dador absoluto y aprende a amar desde la entrega menos egoísta. Un hijo despierta un amor de ágape que está en las antípodas de Eros.
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