Conocer lugares que no conozco, tener nuevas experiencias, hacer nuevas relaciones y vincularme también con nuevos otros, es algo que disfruto mucho hacer, como si esas nuevas vivencias y el contacto con nuevos seres humanos, me humanizara, y me reafirmara en mi condición de ser.
Viajar es, sin lugar a dudas, la herramienta para poder llevarlo a cabo. Aunque en ocasiones, elegir los lugares y pensar en cómo se desarrollarían las cosas allí, es mera especulación, en una ocasión decidí ir a conocer el Amazonas, y como yo sabía que el contacto con lo salvaje de la naturaleza, sería un hecho, y la experiencia de lo salvaje no es algo que disfrutaría tanto hacer, decidí que quizá podría tener un contacto natural sin la necesidad de aventurarme a penetrar, lugares que aún no fueron copados por la civilización humana y correr el riesgo de que tal vez, pueda morir en ese intento, quizá picado por un mosquito, herido por alguna caída, o comido por algún animal salvaje (y no necesariamente tiene que suceder en ese orden). Sin embargo existen muchos puntos turísticos, que te permiten conocer, al menos, una preamazonas, desde la comodidad de un hotel. Básicamente, sería algo así como, la experiencia de la no experiencia, pero lo suficientemente válida para saciar mi voluntad deseante y quizá poder disfrutar de un paseo en lancha o una excursión guiada, que me permita la captura de alguna fotografía, que luego podré revisar, cuando no quiera estar, donde estoy en ese momento. Porque los recuerdos son mi posesión más valiosa, por el simple hecho de que son míos y de nadie más. No hay posesión más durable que un recuerdo. Porque si bien, como toda posesión, muere con la muerte de quien la posee, jamás nadie, me lo podría quitar en vida. Un objeto es sustraible, un recuerdo es eterno. Los recuerdos no se borran, no hay olvido posible de una experiencia vivida con intensidad. Quizá es por eso, que tal vez, prefiero invertir en experiencias, más que en grandes posesiones.
Angra do Reis en Brasil, está a cuatro mil quilómetros del Amazonas, es una ciudad turística, costera con el océano Atlántico y las playas son un paraíso. Es un buen lugar para que, sin arriesgarme a perder mi humanidad civilizada, en la selva amazónica, pueda encontrar una nueva experiencia, sin tantos sobresaltos. Lo que comúnmente desde esta cultura occidental y liberal, llamamos -vacaciones-
Siempre pienso en que las vacaciones son ese tiempo que esperamos mientras trabajamos once meses a diario para luego descansar y desconectarse, con suerte, un mes. (Lo que lo convierte en una irracionalidad total).
Pero no voy a profundizar en esto, porque estas son las reglas del juego que decido aceptar: trabajo para viajar y para tener una buena calidad y nivel de vida.
A este viaje fui solo desde Buenos Aires y alquilé una camioneta en Río de Janeiro, para llegar a Angra do Reis. Es un viaje corto de unas 3hs, manejando hacia el sur. Por momentos la ruta atraviesa zonas bellísimas y selváticas. Algo de eso estaba buscando, y mi semblante se modificaba a medida que avanzaba.
Yo no hablo portugués, pero lo cierto es que con algunas palabras podes hacerte entender en un limitado Portuñol.
Elegí un hotel instalado en un morro, rodeado de puro verde y selva, que incluso para subir y bajar se tomaban unas aerosillas, y era común ver animales silvestres merodear por ahí. Y si bien le temo a lo salvaje, a lo incierto de la naturaleza y una simple cucaracha o un insecto despiertan fobia en mi, sabía que, de esta manera, podría dormir tranquilo en una habitación limpia, con una ducha caliente y aire acondicionado.
En el mismo hotel se hospedaba una mujer que para mi era hermosa, que hacía unos días que veníamos cruzando algunas miradas en los desayunos, y ella casualmente era Argentina también, lo descifré por escuchar el acento en las charlas con su amiga, con la cual era aparente que se hospedaba. Pensé en algún momento si eran pareja, pero nunca había notado ningún acercamiento amoroso entre ellas.
Estuve esperando unos días para elegir cual era el mejor momento para acercarme, hasta que ella tomó la iniciativa y me pregunta:
-¿De que parte de Argentina sos? -me preguntó con una sonrisa de soslayo queriendo entablar una relación.
-Soy de Buenos Aires -le respondí muy amablemente.
Y sin perder tiempo le repregunte -¿De casualidad trajiste mate? Porque me lo olvidé y me quiero matar.
-Si obvio que traje, si te parece, a la tarde tomamos unos buenos verdes, para no extrañar tanto Argentina -Me respondió con ganas de querer seguir la charla.
-Si, claro, acepto -Le dije avergonzado. Pero como todavía quería saber más y me ganaba la curiosidad le pregunte su nombre.
-Beatriz. ¿Y el tuyo? -me dijo.
-Marcos, me llamo Marcos.
-Nos vemos esta tarde en la zona de la piscina -me dijo mientras se iba y yo le sonreía.
Alrededor de las 18hs, baje y ella estaba ahí, la venía mirando, mientras caminaba, desde el lobby por el vidrio y casualmente me miró, mientras yo bajaba las escaleras, como si ella intuyera que yo estaba llegando, como si una alarma de proximidad se encendiera y nos conectara con la mirada. En ese momento me dirigí a su reposera, y mientras caminaba, no dejamos de mirarnos en ningún momento.
Me senté, la saludé y al tercer mate, las ganas de besarnos eran ya incontrolables. Nos besamos y le ofrecí seguir tomando mate en mi habitación. Fuimos.
Nos seguimos besando apasionadamente, nos tocábamos y las manos fluían naturalmente con el ritmo de nuestros movimientos. Se respiraba extasis en el ambiente. Nos recostamos en la cama, extasiados por querer poseernos el uno al otro, pero para mi asombro, justo en el momento donde ya es físicamente imposible volver atrás, donde ya se cruzó la barrera del punto de inflexión, no existe arrepentimiento posible y cuando la situación no podía resultar de otra manera, más que ver nuestros cuerpos desnudos, Beatriz se trasforma inmediatamente y muta en una lagartija pequeña de unos siete centímetros. Todo sucedía, tal cual lo define kafka, en su libro de la metamorfosis.
Yo estoy paralizado en estado de shock, incrédulo, viendo cómo Beatriz sale corriendo y se posa quieta, inmóvil en el techo. Nos miramos varios minutos. Largos. Quietos. Estancos. Petrificados.
Lo que inmediatamente vino a mi cabeza fue: ¿Cómo iba a explicar que la mujer que estaba todos los días y había accedido a ir a mi dormitorio, ahora era una lagartija?
Me iban a tratar de loco o peor aún de asesino.
Yo solo pensaba en agarrarla, ponerla en un vaso y llevársela a la amiga. Quizá ella sabría cómo devolver a Beatriz a su forma humana.
No fue pánico lo que sentí, pero yo sabía que no iba a poder dormir con eso ahí dando vueltas sobre mi cabeza. Y haciéndole honor a un porteño que vive en Palermo, levante el teléfono de la habitación, marque el cero y espere que alguien me atendiera.
Mi intención fue llamar a la recepción y avisar que había una “lagartiña” en la habitación y que me cambiaran de cuarto.
-Por favor a lagartiña in the room, Help! -Dije en una mezcla de Inglés, Portugués y español.
-Enseguida se acerca el conserje-, me dijeron.
Mientras espero que alguien me venga a ayudar, yo intentaba agarrarla sin éxito con un vaso, y ella se iba moviendo, hasta que se escapó y se escondió adentro de una falsa pared de madera, a la que entro por un hueco.
Cuando llegó el Conserje, le comento que se había escondido y me dice:
-Usted vaya al lobby que yo me ocupo-
A los pocos minutos me va a buscar y me dice que ya esta, que ya lo resolvió, que puedo volver a la habitación. No dio más detalles.
Le pregunte donde estaba la lagartija, y me dijo que la había matado y tirado al inodoro.
Un silencio y un vacío existencial, en mi cuerpo, se apoderaron de mi. Porque en el fondo siempre supe que el tipo se quedó haciendo nada, y luego me dijo que lo había resuelto, y la lagartija siempre me acompañó en mi habitación. Hasta que me fui.
A veces necesitamos mentiras que elegimos creer a sabiendas, de que no son reales, solo para estar un poco más tranquilos.
A veces la mentira es la verdad.
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