jueves, 11 de febrero de 2021

Ellos


Era uno de esos días muy calurosos de Febrero, con esas tardes previas a una tormenta, en donde el clima en Buenos Aires suele estar húmedo y pesado. Con la excusa del calor, ambos quedaron en que él pasaría por su casa a buscarla, para luego ir a tomar algo fresco en un bar, cerca de los lagos de Palermo y poder así, contrarrestar tan agobiante sensación térmica. Él estaba bastante nervioso, ya que nunca se habían visto personalmente y eso le generaba un poco de ansiedad. 

Mientras ella se cambiaba para esperarlo, fantaseaba con la posibilidad de que los primeros encuentros de citas quizá nunca sucedan, pensaba en que le gustaría que existiera la posibilidad inviable de conocer a alguien que uno ya conoce, para que así de esa manera pudiese sacarse el peso de un primer encuentro, qué tal vez, pueda ser un fracaso total. Y ella ya estaba cansada de los fracasos. Solo pensar en la idea de que pudiese fracasar en algo, le ponía la piel de gallina y un frío en la nuca le hacía tener que sacudir su cabeza.


Pero todos sabemos que esos primeros encuentros, en ocasiones, suelen tener una carga bastante fuerte, sobre todo porque en general, suelen obrar todas las inseguridades personales.

Por ejemplo a él la cuarentena y la pandemia lo habían dejado con varios kilos de más y se sentía inseguro con su imagen, con su cuerpo. Aunque para no faltar a la verdad, nunca le gusto su cuerpo. Se consideraba en un físico demasiado masculino para su sensibilidad. En cambio, a ella, le sucedía todo lo contrario, y si bien estaba segurísima de su imagen, le pesaba el hecho de pensar que podría alguien juzgarla por quien es, y ella quiere que la vean como una mujer segura e independiente con convicciones fuertes, pero en ocasiones en la noche, cuando el ruido baja, se pregunta si acaso hizo bien en venirse a Buenos Aires, tan joven, solo por amor y persiguiendo un sueño ajeno, del cual se apropió para no caer.


Él paso a buscarla y se gustaron desde un primer momento, y no solo por rasgos físicos. Era una tranquilidad, para esas épocas de grietas, saber que compartían posturas ideológicas similares.

Quizá eso fue lo que les permitió hablar sin censura, de manera descontracturada y sin vueltas, de tal manera que no hubo en ningún momento algún tema del que no hayan podido hablar, casi una conversación sin tabúes.

La tensión sexual estuvo latente todo el encuentro, y una revolución de estrógenos y hormonas les hacían cruzar miradas de deseo incontrolable y cualquier tema de conversación era una risa provocadora. En ocasiones buscaban adrede gustar y ser gustados con la única finalidad de atravesar esa hermosa sensación de sentirse deseado.


Ya oscurecía y les pareció buena idea ir a cenar juntos, entonces él la llevó hasta su casa. En el auto se besaron por primera vez, con un beso que aflojó todas las tensiones, fue sorprendente para ambos encontrar un maravilloso ritmo al unísono en la forma de besar, porque un beso arrítmico es incómodamente horrible, y este no fue el caso. Y quizás por eso fue que quedaron en encontrarse nuevamente a las 21hs para tener tiempo de poder bañarse y cambiarse con tranquilidad, después del calor agobiante de esa tarde.


Ya cada uno en su casa, pensaban en el encuentro de esa misma tarde y lo fascinante de conocer a una persona, con quien es muy grato conversar. Y que a pesar de su diferencia de edad -él es 10 años más grande que ella- ambos ya están un poco cansados de la desnudez de los cuerpos y prefieren conversar con la desnudez del alma. Sin prejuicios ni tabúes que limiten el ejercicio de poder dialogar sin miedo, y poder así entrar en el cuerpo del otro dejándose trasformar por su ingreso, de manera de poder dejar una huella y vivir ahí, al menos, un perenne instante.


-Salgo y llegó en 5. Decía un mensaje de texto en el Whatsapp de ella y cinco minutos después, siguió con un -Estoy abajo.

Cuando ella ve la hora, eran las 20:59, y una sonrisa de soslayo se dibujó en su cara, porque detesta la impuntualidad. 

-Cada vez me gusta más este pibe, pensó, mientras volvía al baño porque había olvidado ponerse perfume.

Lista para irse, le da un beso a su perro, y le promete que al volver lo sacará a pasear, sin importar la hora en que regrese nuevamente a su casa.


Él la espera abajo con un poco menos de ansiedad, porque este era ya un segundo encuentro y estaba más relajado, pero no podía dejar de sentir lo mucho que ella le gustaba desde un primer momento, y no es habitual que eso le suceda. Está realmente con ganas de compartir, junto a ella, otra charla como la de esa tarde y poder pasar un lindo rato que lo ayude a despejarse de los problemas que cualquier persona puede tener.


Rápidamente se pusieron de acuerdo en ir a Vicente López, a un restaurante de comida china, y descubrieron que casualmente ambos compartían el gusto por la comida agridulce. Un presagio de algo que ambos están seguros: el equilibrio ante todo es fundamental, y los extremos equilibrados en el paladar ponían de manifiesto que historias pasadas no volverían a repetirse.


Un viaje rápido por Av. del libertador muy tranquilo los acompaño, siempre en un ambiente distendido y con un humor compartido. Ella no quiere dejar de aparentar ser una mujer muy madura, una mujer que si se lo propone puede estar con un hombre diez años mayor. Él recibe estos gestos como demostración de que lo importante, no es el frasco sino el contenido.


Al llegar al restaurante, la recepcionista les pregunta si prefieren sentarse adentro o afuera y él, le deja la decisión a ella.

-¿Donde te gustaría sentarte?, le traslada él, el interrogante y se lo vuelve a repetir.

-No, por favor decidí vos, dice ella en un tono de molestia por sentirse interpelada ante la posibilidad de tener que elegir como tendrían que ser las cosas, porque ella prefiere dejarse sorprender, ser una hoja de otoño empujada por el viento, sin un destino trazado.


Al terminar la cena él le preguntó con mucho entusiasmo:

 -¿Queres tomar algo en mi casa?, intuyendo que la respuesta iba a ser un si.

-Vamos, respondió ella, sin demostrar que eso mismo era lo que estaba deseando.


Ya en la intimidad de la cama, la desnudez de sus cuerpos, le permitió ver a él, que sus pechos y sus nalgas escondían su real tono de piel aun más claro, oculto tras un perfecto bronceado de verano.

La mano de él se humedecía en el roce y le permitía sentir a ella la ecxitación de sus cuerpos. El deseo ya era incontrolable y una noche de placer se apoderó de esa habitación. El deseo sexual, se consumó en la cama, descargando toda tensión que había provocado un día de conversaciones sin pausa, con una conexión impensada.


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