Siempre me dijeron que cocino bien, que mis platos son ricos y sabrosos. Que encuentro bien el balance entre los aromas y sabores. Y si bien nunca estudié cocina formalmente, siempre lo hice de manera autodidacta, sin un lineamiento academicista. Aunque una vez sola trabaje en la cocina de un restaurante, siempre estoy investigando nuevos sabores, nuevas experiencias gastronómicas, leyendo o probando combinar ingredientes.
Es muy probable que este gusto por lo culinario, tenga que ver con que, siempre sentí que tengo un olfato muy desarrollado. Huelo todo muy intensamente, mi olfato es muy sensible y me ayuda a distinguir sabores específicos, escondidos en las fusiones.
Por otro lado, y no menos importante, cocinar es un proceso de creación formidable. Me gusta entender a la cocina como a una fábrica en donde los procesos son limpios, ordenados y estructurados, y que para trabajar de manera adecuada, cada uno debe tener un rol específico, algo así como un Taylorismo Gourmet. La cocina es una fábrica de sensaciones, cuyo resultado no es solo alimentarse para sobrevivir, porque comer es una necesidad básica humana, sino que me gusta pensar que, producto de mi intervención puedo generar en un otro, a través de su memoria gustativa, una experiencia individual y única que puede hacerlo feliz por un instante.
Comer nos hace felices, y esto es un hecho indiscutible. Y esto tiene una explicación desde la biología evolutiva y la neurociencia moderna. (Si, cómo buen neurótico, no podría dejar de buscarle una explicación a las cosas)
Si bien existen solo cinco tipos de nutrientes en el mundo: Carbohidratos, proteínas, vitaminas, grasas y minerales, cuando los ingerimos en forma de alimento, estos le darán la energía necesaria a nuestros sistemas, para poder sobrevivir.
No, tranqui, no es esto un texto de nutrición ni tampoco es la intención hacer teoría nutritiva, sino más bien, la idea es abrir a la pregunta, es por eso, que de esto me surge el siguiente cuestionamiento: ¿Que nos pasaría, si como seres humanos, no sintiéramos la necesidad de comer?, o tal vez, si comer, fuese un proceso tortuoso que padeceríamos realizar. ¿Comeríamos?.
Al comer, en nuestro cerebro se genera la descarga de un neurotrasmisor, una reacción química que libera dopamina. Esta hormona activa regiones cerebrales asociadas a la recompensa, en el hipotalamo lateral.
Es decir, que hemos evolucionado como especie, para que comer, al igual que el sexo, sea un acto que nos provoca felicidad, placer y bien estar.
¿Quien no ama comer y coger? Aunque coger no es una necesidad básica de supervivencia individual, ya que el ser humano podría vivir sin sexo y morir de anciano. Pero si dejara de comer, moriría en pocas semanas.
Entonces me gusta concluir que, si comer, se transforma en un acto de vida, somos lo que comemos, y comer nos aleja de la muerte. Sin embargo, cocinar es la humanización de ese acto. Es ejercer la voluntad de querer vivir, para canalizar el deseo de comer. Cocinar es pura pulsión de vida, y por eso, amo cocinar.
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