La visite en terapia intensiva, estaba en coma por un derrame cerebral. Un tubo en la boca y un respirador artificial le inflaba el pecho de una manera extraña.
La mano era tan fría que mi calor no alcanzaba para calentarla. Le hablé pensando que mi voz, como siempre, iba a poder curar todo. Pero esta vez, no hubo reacción. Ni mi calor, ni mi voz, ni mi presencia pudo hacer nada.
Impotencia.
Inmediatamente después me dormí en el sillón de la sala de espera y soñé que ella apretaba mi mano mientras me hablaba. Como si mi inconsciente quisiera revertir la realidad, y debe haber funcionado porque desperté más tranquilo y fui a tomar un café al bar.
En el bar sonó mi teléfono. Atendí.
-El doctor los quiere ver, dijo una voz del otro lado.
En el primer piso del sanatorio nos informaron:
Paro cardiorrespiratorio. Falleció.
Murió esa mañana.
No pude ver el cuerpo, no pude ir al velorio, no pude ir al entierro, no pude nada. Necesitaba negar lo que estaba pasando.
Decidí irme a casa con quien amaba, llegamos y fuimos al dormitorio, nos desnudamos y la bese sin pensar en nada. La penetre y cuando vi su cara, vi su rostro en el suyo.
El amor y la muerte se parecen demasiado.
¿Es la pulsión sexual una pulsión de muerte?
Escribir es sublimar pulsiones.
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